Una de mis pasiones es escribir. Quizás sea mi mayor pasión. Y me cuesta muchísimo dejar que la gente lea lo que escribo. Por eso, solo me he presentado a dos concursos en toda mi vida. El primero lo gané, y en este (bastante más grande) he quedado finalista. ¡Y quería compartirlo con todos vosotros!
Hasta hoy no podía publicarlo, pero hoy quiero compartirlo con vosotros. ¡Espero que os guste!
El amor de un padre
Podrían
ir en coche, pero él prefería el autobús. No cambiaría su sonrisa
al montar por nada del mundo. A pesar de que, hasta dentro de dos
semanas, no lo volvería a ver.
Saludaba
al conductor desde lejos con su pequeña manita. Al montar, parecía
ajeno a que no vería a su padre hasta dos fines de semana después,
correteando de una punta a la otra del vehículo hasta escoger el
que, por un día, sería su asiento favorito.
En
realidad, el transporte público también era una ventaja para el
padre. Si fuesen el coche, no podría aprovechar ese rato con su
hijo. Podría parecer poco tiempo, pero para él era un mundo. Le
volvería a contar las mismas historias, mientras viajaban desde el
pueblo a la ciudad. “En ese parque jugaba yo cuando era como tú”.
“Ese era mi colegio”. “Ahí vivía la abuela de papá”. Y él
no perdería la sonrisa. Como siempre.
Cada
parada que pasaba era un nudo más en el estómago. No podía pensar
en separarse de él. No le importaba lo que un juez dijese: un niño
de tres años también necesita a su padre. Y dos fines de semana al
mes no eran suficientes.
Se
acercaban a la estación. ¿Cómo podía pasar el tiempo tan deprisa?
La madre del niño estaría ya allí, esperándole. Lo cogería en
brazos, y le pediría la pequeña mochila en la que paseaba su ropa
sin mirarle a los ojos. Con un poco de suerte, hoy le dejaría
despedirse de su hijo.
Al
ver al pequeño alejarse en brazos de su madre, apenas puede retener
las lágrimas, que correrán en el viaje de vuelta mientras se abraza
en la última pareja de asientos, solo, en el mismo autobús en el
que había venido.
Quizás
esa era otra de las razones por las que prefería el transporte
público. Podía desahogarse sin parar en el arcén como antes hacía.
No,
dos fines de semana al mes no eran suficientes, ni por asomo. No
entendía cómo las madres siempre se quedaban con los hijos al
separarse, y a los padres casi los apartaban de la vida de los
pequeños. Él era un buen padre.
Se
bajaría del autobús con la cabeza gacha, y al llegar a casa
volvería a mirar el calendario, como si al observarlo los días
pasaran más rápido. Porque en dos semanas, volvería a viajar con
su hijo en su medio de transporte favorito.
No
cambiaría su sonrisa al montar por nada del mundo.
Si queréis leer este y otros relatos, podéis entrar en mi otro blog, Caminando entre los sauces. ¡Os espero por allí!
Wow! qué padre que hayas quedado finalista, muchas felicidades.
ResponderEliminarOjála vuelvas a ganar otra vez. Saludos.
¡Muchas gracias! Espero que si n.n
Eliminar¡Un saludo!
Una verdadera lastima haberte quedado a las puertas, pero llegar a finalista es también un éxito muy importante!
ResponderEliminarBuena reivindicación esa de que el padre siempre tiene las de perder en esos casos, no todos se paran a pensar en algo así y pasa constantemente, buen relato!
Soy muy feliz de mi posición, como bien dice el gran Machado "caminante no hay camino, se hace el camino al andar", y caminando me haré mi camino hacia la literatura.
EliminarEs un tema del que pocos hablan, y por el que por desgracia pasan muchos padres.
¡Muchas gracias!
Un relato estremecedor, realmente impactante y realista, ¡Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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